Al parecer Dios quiere que este año sea abundante en aguas. Felicidades a los que las quieren. Eso me lleva a quedarme en casa, porque no voy a trabajar. Empiezo a sentir las ganas de escribir, y vienen a mi memoria, algunas cosillas de mi niñez.
Aquel día era sábado, tenía doce años en aquel entonces, y me estaba quedando a dormir en casa de mi tía Mari. Ella había venido de Alemania porque había tenido a su bebé, y tenía otro hijo de cinco años.
Para que no se quedara sola con los dos niños, mi madre me mandó a su casa a dormir, poque vivía frente justo de mi colegio, que yo estaba en sexto, y así le podría echar una mano, ya que yo era ya una mujercita.
Como iba diciendo, era sábado y llovía a mares, mas o menos como hoy. A mí se me antojó de ir a ver a mis padres, porque no los veía desde el sábado anterior, y claro mi tía no me dejaba de ir, con lo que llovía. Yo me emperré en que sí, que me iba. No vivía muy lejos, pero aún así, lloviendo tanto, era peligroso, y tenía que cruzar una carretera de mucho tránsito.
Al final después de muchos tiras y aflojas, conseguí que me dejara, y cuando mi madre me vió aparecer por su puerta, me dijo que estaba loca, que patatín, que patatán, bueno, el caso es que me llevé una buena regañeta.
Yo lloraba con el corazón encogido, pero no por la regañeta, a mí eso me daba igual, yo tenía la gran pena, porque había hecho lo imposible dentro de mi poca autoridad, para estar un ratito con mis padres, y ellos en ese momento, no lo supieron apreciar.
Ellos miraban por mí, para que no me pasara nada, y yo quería a toda costa, estar con ellos.
La moraleja de este recuerdo, no es otra que, intentar comprender lo que los demás piensan, antes de juzgarlos, y por supuesto SIEMPREEEEE, escuchar lo que los demás tienen que decir.
miércoles, 27 de enero de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario